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lunes, 27 de febrero de 2012

SABER Y SABER De la Revolución Francesa al 15-M

Tengo por afición, nada loable por cierto, el observar los procesos históricos del pasado, con la pretensión de conocer mejor el presente; pero dando por supuesto, que por más empeño que pongan los historiadores, antropólogos, sociólogos, psicólogos y gente afín, las sociedades no son objeto de la termodinámica.
En los últimos tiempos estoy dedicando tiempo y lectura a hechos como la Revolución Francesa, el caso es que un colega me comentaba que entendía que era necesario el conocimiento expreso del pasado, es decir, que se debía conocer quién había hecho algo, cómo, cuándo, dónde, por qué, para qué... que se debía memorizar un proceso histórico con sus personajes, sus hechos, causas y consecuencias; porque en su opinión, los hechos no eran conocidos. Yo defiendo lo contrario, pues me parece inútil recitar hechos que están profusamente descritos en libros, tanto es así que llevo leídas unas cuantas páginas sobre el mencionado tema y sigo en mis treces, es decir, me niego a meterme en la cabeza tropecientos nombres y fechas destacados de la mencionada Revolución, con lo que, previsiblemente, cuando deba afrontar un examen de conocimientos sobre este tema, mi nota no reflejará mis conocimientos; pues estos se miden en parámetros absurdos como la recitación o vómito.
A mi entender, que es poca cosa, lo interesante de un análisis histórico está en entablar una relación del pasado con el presente, relación que es buscada y puesta por un sujeto y que en realidad es inexistente, pero que da un carácter creativo al quehacer histórico.
Por ejemplo, en 1763 Voltaire se lamentaba porque sus ojos no verían la revolución que estaba por llegar. No es que fuera un profeta, ni un visionario, simplemente, observó la realidad y estimó que las circunstancias eran propicias para que sucediera un cambio social radical en la Francia de su tiempo; ya que concurrían los siguientes hechos:
1) Crisis económica, con una tasa de paro en alza, inflación, falta de liquidez y crisis de subsistencia derivada de los escasos réditos agrícolas, entre otras cosas.
2) Crisis en el Sistema de Relaciones Internacionales, que se presentaba en forma de Guerra entre varios Estados, lo que a su vez repercutía, agudizándola, en la crisis económica.
3) Crisis política derivada de los privilegios de la aristocracia y el clero, que no aportaban recursos al Erario Público, pues estaban exentos del pago de impuestos.
Claro está que hay muchos más factores, pero como aficionado a la historia, he reparado en estos; pues hoy concurren en un grado semejante dichos factores: crisis económica, con características parecidas; crisis internacional, Irak, Afganistán, Libia, Siria, Irán... ingentes cantidades de recursos monetarios son destinados para mantener ejércitos que puedan lidiar en múltiples frentes (con lo gastado en Irak se podría haber acabado con el problema del hambre en el mundo, según fuentes de la ONU); crisis política, los cambios de gobierno en Italia, España, Grecia, Islandia... están en relación con la crisis económica y en buena medida con la crisis en el sistema recaudatorio, pues los ingresos por pago de impuestos se han visto disminuidos, debiendo recordarse que la Iglesia no paga IBI (impuesto de bienes inmuebles) entre otras exenciones y que las SICAV y las grandes fortunas aportan a Hacienda ingresos con un tipo mucho menor que el de un obrero cualificado, eso en el mejor de los casos, pues la norma es aprovechar una off shore para directamente evadir dinero al fisco.
Así pues, me aventuro a decir: lamento que mis ojos no lleguen a ver la Revolución que está por venir.  

martes, 14 de febrero de 2012

BÉSAME MUCHO

Un sol radiante
Cae a plomo sobre la hierba
Y tú me besas.
Viento, azogue
De entes amoratados
Y tú me besas.
Lluvia inmoral
Que fustiga a los pobres
Y tú me besas.
¡Frío, calor, frío!
Nada me sabe amargo
cuando me besas.
¡Bésame, Amor,
Mueren todas las penas
Si tú me besas!

martes, 7 de febrero de 2012

CRÍTICA A LA TEORÍA DEL SIGNIFICADO ESENCIALISTA

Todo lenguaje consta de tres ejes: sintaxis, que es el eje que refiere al orden en el que se emiten los sonidos que forman las palabras y a su vez el orden que estas siguen para formar proposiciones que a su vez forman el discurso; semántica, eje que relaciona a las palabras con el significado de estas palabras; y por último, pragmática, que es el eje que muestra la relación del discurso con el contexto en el que se desarrolla.
Los teóricos esencialistas, como Frege, dentro de la semántica también entienden que se da la existencia de tres ejes: significante, que es el signo con el que designamos a los objetos; significado, que es el objeto al que designamos con un signo; y por último, referente, que es el objeto en sí al que refiere el significante y su significado.
No es un asunto menor el que la teoría esencialista del significado se estructure en forma trinitaria, dicha estructura obedece a que el modelo de pensamiento que se ha desarrollado en Europa pivota en torno a la filosofía griega y la teología cristiana. Platón, profundamente influenciado por la doctrina pitagórica, configura una teoría que presenta a la realidad percibida por los sentidos como una copia imperfecta de la auténtica realidad que tan solo es aprehensible a través del alma; en términos lingüísticos esto se traduce en que una palabra, “verde”, designa a un color, verde, que es percibido por los sentidos, pero que no es el auténtico verde, pues este no se da en el mundo que percibimos por los sentidos, sino que se encuentra fuera de la realidad percibida por estos, este verde auténtico se encuentra en el mundo de las ideas, este verde ideal es inmutable y universal solo accedemos a él porque el alma, que es una idea, nos permite colegir que los verdes que se dan en el mundo de los sentidos participa del verde ideal, razón por la cual todo ser humano, dotado de alma, puede y nombra al color verde como “verde”. La teología cristiana, retoma a Platón y genera a su vez una doctrina trinitaria, Jesús es hijo del hombre, hijo de Dios y Dios en sí. Así pues, la filosofía y la teología dividen la realidad y configura la preexistencia de una realidad de la que deriva nuestra realidad. En la teoría lingüística esencialista se considera que existen conceptos previos, que al igual que las ideas platónicas son inmutables y universales, a su designación por signos lingüísticos, como si las palabras fuesen etiquetas que adjuntamos a las cosas, como si pudiera separarse el pensamiento de la palabra.
Presentemos la filosofía esencialista del lenguaje, tomando ejemplo de el significado del concepto número, donde veremos como el esencialismo platónico-cristiano permea nuestra visión del mundo y del lenguaje que lo significa, donde veremos claramente como la necesidad de buscar a la trinidad nos lleva a caer en el error.
Partimos de un significante, la cifra, el cuerpo, 2, que designa a un significado, el número, el alma, “dos”, que refiere al dos que hay previo a todo dos, es decir, al concepto de dos, a la idea de dos, a la idea de número que posibilita la designación de los doses de este mundo, que siguiendo la correspondencia con el significado trinitario sería Dios.
Ya tenemos configurada nuestra trinidad, significante: 2, significado: dos y referente: el dos; ya nos sentimos satisfechos, hemos hallado la trinidad, el referente permite que toda la comunidad comprenda el significante y el significado, que están asociados en nuestra mente, alma, a  este referente.
Sin embargo, dado que este referente es previo a su significante y significado, dado que la comunidad lingüística comparte este referente común a todos, cabe preguntarse: ¿cómo es conceptualizado, representado, figurado, idealizado, imaginado, este referente en las mentes de la comunidad lingüística?
Sigamos con el ejemplo anterior, digamos que el referente de dos se configura en la mente por medio de una imagen, dos puntos; así pues, la comunidad lingüística nombra una cantidad de objetos en este mundo, una pareja de aves, como dos aves, pues en nuestra mente está que dos puntos representan al número 2 y asociamos esta imagen o representación mental a cualquier pareja de objetos del mundo.
La teoría esencialista del significado se configura tal y como hemos expresado, sin embargo, resulta cómico pensar que en las mentes de la comunidad lingüística existen conceptos previos a las palabras que los designan, pues retomando el ejemplo de los números, tendríamos que admitir que cuando la comunidad lingüística nombra un número, se representa en su mente un número de puntos tal, que representan a dicho número, es decir, cuando una persona dice tener “un millón de cosas por hacer”, debemos admitir que en la mente de ese sujeto hay representados un millón de puntos que se asocian para configurar la idea de millón que posibilita que nombremos tal idea con el término “millón”, cuyo significado será compartido, toda la comunidad conocerá que “millón” significa millón, porque en nuestra mente está representado el concepto millón en forma de millón de puntos.
Esto es absurdo, es obvio que nadie se imagina un millón de puntos cuando utiliza la palabra “millón”. Además, cabe preguntarse: ¿qué imagen o representación o figura es la que muestra el referente común a los números? Y lo más importante, y que está detrás de toda esta teoría esencialista del lenguaje, ¿quién ha impreso en las mentes de la comunidad lingüística el referente, que les es previo y común a todos, y que les permite nombrar las cosas de este mundo?
La teoría del significado esencialista busca la trinidad: significante, significado, referente; porque la tradición cristiana-platónica configuraba una visión trinitaria del mundo y por tanto del lenguaje, creyendo que dicha trinidad comportaba la perfección, construyendo un mundo definicional, donde el significado de una palabra se construía por medio de una definición que era universal e inmutable e imperecedera; pues estaba asociada a una idea o concepto que a su vez era universal, inmutable, imperecedero; constituyéndose un lenguaje trinitario donde el significante “verdad” tiene un significado universal; por ejemplo, “verdad” es la conformidad entre lo afirmado y la realidad; que es un significado compartido por toda la comunidad porque dicho significante y su significado asociado, o definición, están indisolublemente unidos a un referente común que es universal, inmutable e imperecedero, siendo dicho referente previo a su significante y significado, siendo este referente algo que está separado de una realidad que es perecedera, mutable y plural.
La teoría esencialista del lenguaje busca la trinidad y con ello busca su propia justificación asociando su teoría a la tradición cristiano-platónica, que a su vez se ve justificada por esta teoría lingüística, legitimándose mutuamente y ante la comunidad, que a su vez la asume por formar parte de su tradición cultural, la comunidad entiende la trinidad: significante, significado, referente, porque está embebida de dicha tradición.
Pero nosotros hemos roto la trinidad, nos hemos desembarazado de la tradición, hemos destruido al referente, como explicamos anteriormente, no hay un referente número que represente a todos los números, un referente verdad previo que represente a todas las verdades, no hay un pensamiento separado de las palabras que nos permita tener un referente a partir del cual se construya un significado, el lenguaje no es definicional, el significado de los términos no está en su definición. Así pues, ¿dónde radica el significado de los términos?
Siguiendo a Wittgestein, llegamos a la conclusión de que el significado de los términos está en el uso que hacemos de ellos. Dado que el significante es convencional y que no existe un significado expreso en las palabras, puesto que no hay un referente al que expresar; se ve claramente que el significado de las palabras se encuentra en el uso que hacemos de estas en nuestra vida, lo que acertadamente Wittgestein denomina: juegos del lenguaje, que viene a ser lo mismo que formas de vida, en el sentido de que hablamos sobre lo que vivimos. Conforme nos desenvolvemos en el mundo, vamos adquiriendo el significado de las palabras, asociamos las palabras a situaciones que experimentamos, no existen definiciones, sino que el significado de las palabras se enriquece por su uso, cuanto más se use una palabra más significado adquiere.
Un tradicionalista trinitario puede preguntarse: ¿cómo es posible que sin referente se pueda dar una comunidad de sentido, cómo es que la palabra “ave” evoca a un ave?
La respuesta más simple y certera, dado que no hay referente, es que asociamos el término “ave” al significado ave porque hemos experimentado en nuestra vida una situación conversacional, un juego del lenguaje, en el que la palabra “ave” estaba asociada a un ave, que, y aquí radica la grandeza de Wittgestein, no tiene que ser el ave referente que da significado al conjunto de todas las aves, sino que conforme vamos avanzando en el proceso de adquisición del lenguaje, porque nos desenvolvemos en un mundo lingüístico, asociamos “ave” a un ave.
Cuantos más usos se dé a una palabra, mayor será el conocimiento que se tenga de esta, mayor será su significado, porque el conocimiento no puede derivarse de una definición, que derivaría de un referente inexistente e inobservable; ya que esta anclaría el conocimiento y no permitiría hallar nuevas realidades, nuevos conocimientos, nuevos significados a los términos.
La teoría del significado fundamentada en el uso que le damos a las palabras, a la función que a estás  les damos en el mundo, destituye la teoría del significado esencialista, rompe con la tradición trinitaria y dignifica a la vida humana en este mundo, pues nadie puede apelar a un referente, a un ideal, a un Dios que dicte qué es verdad, número, ave…          

domingo, 5 de febrero de 2012

NO HAY NADA QUE VISLUMBRAR

El gran error que ha cometido la filosofía desde sus inicios en Grecia ha sido la ontologización de las palabras, dar entidad a estas. Durante siglos nuestro pensamiento se vio moldeado por el lenguaje platónico que generaba una estructura lingüística que identificaba una palabra con una cosa que además era participación de la cosa en sí, es decir, la palabra “tiza” nombra a un objeto, tiza, y esta tiza recibía el nombre “tiza” porque su forma participaba de la idea de tiza, configurándose así un pensamiento representacionalista en el que se consideraba que existía una idea, o imagen o representación o figura, previa a la palabra y a la cosa.
Wittgestein rompe con esta estructura representacionalista, con el triángulo significante-significado-referente, al  demostrar en su libro Investigaciones Filosóficas la inexistencia del referente, derribando así, desde los cimientos platónicos que lo sustentaban, en falso, el edificio ideológico de una filosofía del lenguaje esencialista.
Para llevar a cabo esta tarea, Wittgestein propone una teoría del significado basado en el uso de las palabras, es decir, puesto que no existe referente, resulta inexacto generar definiciones denotativas, o incluso ostensivas, de las cosas nombradas, ya que dichas definiciones presentan a las cosas fuera del mundo, aisladas cual mónadas, y pretenden significar universales, unas figuras implantadas en la mente de los hablantes; así pues, sin referentes, el significado de las palabras está en el uso que hacemos de ellas en este mundo. Por esta razón entiende que el lenguaje se constituye de dos elementos: juegos del lenguaje y reglas del lenguaje. Los juegos del lenguaje son, en resumidas cuentas, situaciones conversacionales, todas ellas son distintas, pues se dan en un espacio-tiempo-acción-personajes irrepetibles; por su parte, las reglas del lenguaje, que en ningún caso son normativas o preceptivas sino que surgen en el contexto del juego, dirigen o conducen el juego del lenguaje para llevarlo a buen fin, que no es otro que conseguir que los participantes del juego lingüístico logren entenderse entre sí.
 Llegados a este punto, hora es de desmontar la creencia de que existe un significado basado en la figuración, en este caso concreto, la creencia de que existe una figura de la palabra “color”. Seguiremos los pasos de Wittgestein, generaremos un juego lingüístico a partir del cual llegaremos a la conclusión, indefectible, de que no existe figura que represente a “color”, y por extensión, no hay figura que represente a ningún término.
En una fría mañana de invierno, en la destartalada aula de un colegio, un profesor de arte le pide a dos de sus alumnos que pinten un rectángulo de color gris. Pasados unos minutos, los alumnos le presentan sus trabajos:
Alumno 1: Aquí tiene el rectángulo gris que pidió.

 Alumno 2: Aquí tiene el mío.


El profesor observa atentamente sus trabajos y les suspende, debido a que él quería que le pintasen un rectángulo gris, mostrándoles la pintura que debían haber hecho.
Este sencillo juego del lenguaje demuestra claramente que no existe una figura que represente al color gris y por añadidura una figura que represente al rectángulo; pues una figura debe ser la figura de lo que representa y nada más que aquello que representa, y sin embargo, los participantes del juego pintaron distintos tonos de gris y distintos tamaños de rectángulo, lo que indica la inexistencia de figuración del color gris, del rectángulo, y por extensión de la figuración; puesto que de haber existido la figuración, en buena lógica, todos habrían pintado tres figuras idénticas a la figura que debían representar, las pinturas habrían de haber representado tres rectángulos idénticos en forma, tamaño y color; sin embargo, no es este el caso, pues, las tres pinturas fueron distintas entre sí.
Sin embargo, todos ellos pintaron un rectángulo gris, diferentes, sí, pero rectángulos grises eran los tres; ¿cómo sabían, si no hay referente, que color debían escoger para realizar la tarea? La respuesta está en el proceso de adquisición del lenguaje, obviamente, los juegos del lenguaje donde alumnos y profesor aprendieron cómo se usan los términos gris y rectángulo, fueron distintos, provenían de situaciones conversacionales distintos; pero compartían una forma de vida común, un lenguaje común, por esta razón eligieron diferentes tonalidades de gris, porque si bien no existe el gris que representa a todos los grises, en el mundo hay un muestrario de grises que se asocian a la palabra gris, por lo que todos ellos saben que cuando se les pide que pinten algo de color gris, no tendrán problema en escoger el color gris, el problema está en que el tono de gris puede ser diferente; ahí entran en el juego del lenguaje sus reglas, todos los partícipes del juego conocen el uso de la palabra gris, dentro del juego, la conversación que mantuvo el profesor con sus alumnos, debió concluir con un acuerdo, se debió dar más vida al juego iniciado y convenir qué tono de gris, qué tamaño debía ser usado para la correcta realización del ejercicio. Puesto que separar pensamiento de palabra lleva a creer que todos comparten una idea previa de lo que es “gris” y de lo que es “rectángulo”; se debió aclarar qué tipo de gris y qué tamaño debía tener el rectángulo antes de iniciar su pintado.  
Separar pensamiento y palabra lleva a la confusión, creer que existe algo previo a la palabra, es decir, que las palabras son etiquetas con las que designamos a ideas aprioris, o referentes, conlleva caer en el error de la figuración. Para Wittgestein, pensamiento y palabra son lo mismo, no hay figuración, porque si profundizamos en el juego del lenguaje que se ha propuesto, tendríamos que preguntarnos: ¿qué figura representa al “color”? La figura de la palabra “color” debería representar al conjunto de todos los colores existentes, pero, ¿qué color tiene la figura de “color” que representa el conjunto de los colores? La respuesta es que no hay una figura que universal y apriorísticamente represente el color de “color”.
Quod erat demonstrandum, la figuración no existe.