La angustia me llevó a la tetería, en su salón, la chiquillería presente reflejaba mi vejez. El ruido de una multitud informe me atormentaba y no me dejaba espacio para pensar.
Trato de centrarme en mí, en mi cuerpo, y poco a poco logro abstraerme de lo que circunda. Ya no hay nada.
Con el corazón, pulmones y pensamiento aquietados; abro los ojos y de nuevo me asalta la realidad, la multitud irracional y juzgadora me abruma y el sopor me incita a ir al baño con la intención de aliviar mi pesar.
El agua fría me despoja del malestar. El chorro directo sobre las muñecas me recuerda la vida. Las continuas abluciones restauran el flujo vital. Las toallitas de papel, recio y rugoso, secan mis manos, resecan mi cara. Acabo con el suministro de papel, pero logro sentirme fresco y seco.
Lanzo la última bola a la papelera y me miro en el espejo, este me devuelve un reflejo, en él, en el espejo, veo el salón de la tetería.
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