La pérdida de la unidad política y administrativa, que supuso la fragmentación del Imperio Romano de Occidente a causa de las invasiones germánicas, llevó a la sociedad medieval hacia una vida de constante peligro y temor; la amenaza continua de la guerra provocó el abandono de las ciudades con el subsiguiente cambio de modelo económico-social que se deriva de una ruralización de la sociedad. La gente que se refugia en el campo produce lo necesario para su subsistencia; la producción de bienes y su comercialización resulta infructuosa, debido a la escasez de liquidez y al peligro que supone transitar por las rutas comerciales, plagadas de asaltantes. La inexistencia de un Estado que velase por la seguridad de sus ciudadanos y la necesidad de seguridad que la gente demandaba acabó cristalizando en un sistema de relación feudo-vasallática, donde el señor ofrecía protección al vasallo a cambio de su obediencia. Con el tiempo esta relación provocó una división estamental de la sociedad en tres clases: oratores, que representa al clero; bellatores, que era la casta militar y por último, los laboratores, aquellos que trabajan, en general, eran campesinos.
Este tipo de organización social por estamentos fue común a toda la cristiandad, pero, España tuvo la particularidad de que a la invasión germánica le siguió otra de origen norteafricano. Los árabes que conquistaron la zona del Magreb, aprovecharon las luchas feudales entre los visigodos para penetrar en la península en el 711, donde permanecieron varios siglos hasta que fueron expulsados junto con la comunidad sefardí, que también convivía en la península desde hacía siglos. Durante la Edad Media en España convivieron gentes de tres culturas distintas y a la vez convergentes, pues todas tenían la particularidad de tener un solo Dios, tres culturas monoteístas que convivieron y se enfrentaron a lo largo de siglos en los que se alternaban la guerra y la paz y los cambios fronterizos eran constantes, de modo que los dirigentes no podían más que aceptar la situación social; a los musulmanes que vivían en reinos cristianos se les llamaba mudéjares y a los cristianos que vivían en reinos musulmanes eran llamados mozárabes; tanto con unos como con otros vivían los judíos. Esta confluencia de culturas fue fundamental en la configuración de la literatura en España, ya que del contacto entre unos y otros nació una literatura multicultural y plurilingüe, que tiene su reflejo en la creación, por parte de Alfonso X, de la Escuela de Traductores de Toledo.
En este ambiente histórico se desarrolló en la península una diversidad de formas líricas que podemos distribuir geográficamente, pero sin perder de vista la mutua relación entre los diversos territorios, del modo siguiente:
· Al sur se escriben moaxajas, que eran composiciones poéticas en árabe en las que se intercalaban versos en lengua romance; este tipo de poesía fue adoptada por poetas judíos.
· Al noroeste aparecen las cantigas de amigo, escritas en gallego-portugués.
· Al nordeste se cultivan formas similares a los villancicos, que se escribían en catalán y por influjo en provenzal.
· En el centro peninsular se cultiva el género del villancico.
Moaxajas, cantigas, villancicos y otras formas estróficas tienen en común que en ellas predomina el asunto amoroso en sus diferentes manifestaciones, que son el producto de un lento proceso de decantación en el que los textos sacros se hacen profanos; Antiguo Testamento, Corán y Biblia son textos fijos que son interpretados heterodoxamente por cabalistas, sufíes y franciscanos respectivamente, dando lugar a composiciones poéticas que expresan; por ejemplo, la comunión en el exilio para los judíos o la nostalgia por un pasado feliz en canciones de amigo árabes, etcétera. La temática amorosa toma la forma de filia-amicitia, que se subdivide en:
· Amicitia hacia una mujer de la que se espera obtener sexo.
· Amicitia hacia una mujer, que representa al conocimiento, se expresa el deseo de saber como deseo sexual.
· Amicitia hacia un hombre que se da en sentido plenamente sexual con una connotación claramente homoerótica y también toma la forma de la filia entre hombres, la amistad entre dos hombres se pone a prueba.
· Amicitia en la forma de hermandad entre dos personas que forman una sola alma.
A estas manifestaciones habrá que sumarle el importantísimo aporte que supondrá la entrada de formas y motivos del amor cortés provenzal, que utiliza una serie de refinadas metáforas del amor tales como: una autoridad, una fuerza coercitiva a la que hay que obedecer; como una cárcel, que aprisiona el corazón de los hombres; como una enfermedad, el amor hiere al hombre; como una llama, que quema por dentro y por fuera. También es muy destacable cómo los poemas plasman la sexualidad de la naturaleza cuyo ciclo reproductivo se asocia a nuestro ciclo vital y también cómo la semántica agrícola adquiere en los poemas una connotación sexual, verbos como recolectar o cosechar se convierten en eufemismos para hablar de sexo y los frutos se convierten en sustantivos sustitutivos, es decir, las manzanas son senos. Pero sin duda la imagen de la amada asociada a un jardín y dentro del mismo a la fuente de la que emana el agua fresca y reparadora es la que mayor éxito tendrá junto con la asimilación de la seducción a la caza, en multitud de ocasiones la imagen de un joven noble persiguiendo a una cierva por el bosque será un motivo a desarrollar por los poetas medievales.
Toda esta amalgama de formas y motivos literarios pasarán a formar parte de la poesía épica, que es siempre el relato de alguien, de un héroe o de un conjunto de héroes con los que un grupo, ya sea social o étnico, se identifica y por lo tanto gracias a los cuales ese grupo aquilata su identidad y su destino. De ahí que la poesía épica sea la narratio rei gestae, la narración de las cosas hechas por alguien, por ese héroe que como personaje, o mejor dicho como protagonista, es quien da sentido a todo el entramado literario. De rei gestae pasamos a la noción de gesta, de canción o cantar de “gesta” que es como se conocerá el género en la edad media. En la Edad Media vamos a asistir a una serie de interferencias culturales merced a las cuales los viejos modelos literarios de la Antigüedad grecorromana van a fundirse con temáticas y motivos venidos de los pueblos germánicos del norte y del este de Europa, sociedades muy militarizadas y guerreras en las que la figura del héroe tenía una relevancia incluso mayor que en el ámbito latino. Este fondo cultural, de tradición eminentemente oral va a constituir un substrato legendario que se va a ir esparciendo por prácticamente todas las zonas de Europa, nutriéndose además del acervo cultural de cada pueblo hasta crear tradiciones legendarias y folclóricas específicas de gran raigambre; como por ejemplo, Roland en Francia, el Cid en España o Digenís en Bizancio. La épica medieval tiene en principio como punto de partida unos hechos históricos o supuestamente históricos que se supone pudieron originar leyendas populares o cantos y que más tarde fueron transformados en poemas específicos que eran transmitidos oralmente y que con el transcurrir del tiempo fueron transcritos, probablemente con motivos propagandísticos, ya que la poesía épica está ligada al origen del nacimiento de las naciones, el Cid es un héroe de frontera al igual que Digenís y Roland.
Esta dicotomía entre relato histórico o ficticio y entre canto popular o poema de autor se plasma en los estudios literarios de la Edad Media en la existencia de dos visiones contrapuestas. De un lado los tradicionalistas consideran que existe una “tradición” que arranca con los hechos históricos y llega sin solución de continuidad hasta los poemas épicos. Esa tradición es, evidentemente, oral, espontánea y colectiva y en ella se plasma lo que vino en llamarse el “alma popular”, el espíritu de un pueblo; de ahí que utilicen el término cantar para las composiciones épicas, pues consideran que el paso de la oralidad a la escritura es tan solo un ejercicio de transcripción. Frente a esta concepción están los individualistas que minimizan la actividad creativa popular y colectiva y defienden más bien el individualismo de un poeta creador de su poema y no sólo escribano o copista que pone por escrito algo que está en la memoria y en la boca de un gran número de personas, motivando, por lo tanto el carácter anónimo del poema. Bédier apoya la idea de una creación individual fuertemente ligada a aspiraciones concretas de algunos monasterios, generalmente situados en rutas de peregrinaje y que presuntamente poseían las reliquias de héroes legendarios. Para los individualistas el que los poemas sean anónimos no significa que no tengan creador único sino que no conocemos su identidad.
Personalmente me coloco del lado de los individualistas, ya que considero; por ejemplo, que el Poema de Mío Cid requiere la posesión de amplios conocimientos tanto de orden narrativo como jurídicos; ya que para componer un relato que está plagado tanto de disputas legales como de creación de ambientes y personajes es necesario ser un letrado, por ello creo que Per Abbat es el autor de la obra. El Cid es un personaje que posee características propias del acervo cultural de lo que se supone que es un héroe: es bello, fuerte, viril, avezado desde la infancia en el manejo de las armas y experto en toda clase de combates, es astuto y estratega militar como el modelo de héroe griego, Odiseo. Además, dada la época, el Cid es un hombre ducho en la doma de caballos, y acaba muy compenetrado con el suyo. Pero lo que me inclina hacia una visión individualista de la obra es sin duda el mensaje de fondo que se relata; la expulsión del Cid de la cadena del ser es un asunto tan complejo que dudo mucho que un pueblo de forma colectiva pueda narrar cómo un personaje pierde con su expulsión: su honor, su nobleza, su estamento, su vida y lo más importante su alma; ya que al romper con la cadena feudo-vasallática, rompe su vínculo con la sociedad, la familia, el rey y por ende, rompe con Dios.
El hecho de que tanto la lírica como la épica hayan sido llevadas al público por juglares, artistas del entretenimiento en la Europa medieval dotados para tocar instrumentos, cantar, contar historias o leyendas; ha permitido creer en la posibilidad de una creación popular de obras como el Poema de Mío Cid, pero dada la complejidad de la trama es más plausible que fuera un trovador, poeta lírico de condición social elevada, o quizás, algún otro personaje que poseyera un alto nivel cultural y que quisiera hacer propaganda política, yo me inclino por la prueba documental y considero a Per Abbat como autor del texto.
Ya en el siglo XIII la cultura libresca se expande gracias a las universidades y sale fuera de los monasterios, sobreviniendo lo que se conoce como mester de clerecía, un conjunto de poemas narrativos de intención didáctica y carácter culto escritos en cuaderna vía. Esta nueva forma de componer se oponía a los poemas juglarescos, inspirados en el folclore y los sucesos épicos, que se caracterizan por su irregularidad silábica y sus versos asonantes; que tanto contrastan con el alarde técnico de construir versos alejandrinos de rima consonante. Gonzalo de Berceo es el primer autor conocido del mester de clerecía, ya que se cuidó de dejar bien clara la autoría de su obra; aunque la más importante que nos ha llegado ha sido el Libro de buen amor de Juan Ruíz, cuyo tema central es el amor y sus engaños.
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