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domingo, 19 de junio de 2011

CINE Y ÉTICA: UNA PROPUESTA PARA PENSAR

Cuando elegí hacer como optativa la asignatura de Ética, en la carrera de Humanidades, pensé: ¡por fin vuelven los griegos! Me imaginé que leería a Aristóteles y a Platón y que las clases serían como charlas entre eruditos, una rememoración del Liceo; y en parte así fue, el profesor, Don José María Terrón, consiguió que me implicase en la asignatura, que es más de lo que puede decirse de la mayoría del profesorado universitario, tan tendente al ombliguismo. Conforme avanzaba en el programa y consultaba y releía los apuntes de la asignatura, iba descubriendo que la ética ha estado presente en nuestras vidas desde tiempo inmemorial, ya que el hombre está necesitado de justificar sus actos ante sí y ante la comunidad. Me gustó reencontrar en Aristóteles al sabio amigo, aquel que te dice con cordialidad que lo importante es ser feliz, que uno se hace bueno haciendo cosas buenas, que el mejor de los ciudadanos es aquel que posee las cualidades de un buen amigo. Pero no solo de griegos vive el hombre, aunque me duela admitirlo, el tiempo sigue su curso y en el caso de la ética resulta imprescindible entrar de lleno en la obra de Kant, como hicimos en clase, anotando sus puntos fuertes y poniendo en solfa sus debilidades; pero no solo descubrimos a Aristóteles y a Kant como genios de la ética y la filosofía en general; sino que avanzamos en el tiempo filosófico y llegamos a leer textos de Carol Gilligan, pasando por Hans Jonas y el sempiterno Habermas. 
Lo curioso es que uno puede de antemano llegar a pensar que la ética será un rollo; sin embargo, el profesor ofreció una metodología didáctica que obligaba al alumnado a pensar "éticamente", es decir, a comentar una serie de preguntas sobre películas que versaban sobre temáticas de gran calado, fomentando así un clima de reflexión y diálogo constructivo entre profesor y alumnado. Una muestra de lo que he comentado se muestra en las siguientes reflexiones sobre el film, La Isla.    
La película, La Isla, del director de cine Michael Bay, hombre curtido en la estética publicitaria y del videoclip, es una interesante fábula de ficción científica que presenta los peligros que pueden comportar al ser humano su escalada tecnológica; pues esta le ha llevado a poder controlar los mecanismos que rigen la genómica humana. Lo interesante del film es que presenta en su estructura una serie de concomitancias en las que podemos observar ciertos paralelismo con la filosofía griega clásica y con las corrientes actuales del pensamiento filosófico; el argumento muestra una empresa que se dedica a clonar seres humanos para disponer de órganos restitutivos de quienes así lo deseen, los llamados patrocinadores, siempre que puedan permitírselo económicamente hablando. Lo curioso es la forma en que está organizada la empresa, que simula la estructura piramidal de La República de Platón, no en vano el despacho del Rey Filósofo, el Doctor Merrick, presenta en su “pcmesa” como ratón de ordenador una pirámide y como objeto decorativo una esfera, lo que recuerda a la organización de la sociedad y la forma de las almas. La empresa está gobernada por los filósofos, tiene un sistema de seguridad que controla a los “habitantes” y protege a los filósofos y sus instalaciones, los guardianes, y finalmente están los productores, a los que tal vez deberíamos denominar productos dada su semejanza con estos objetos. Para seguir con el paralelismo entre La Isla y La República, vemos que los productos, los seres clonados, llevan a cabo tareas mecánicas bajo la supervisión de filósofos y guardianes y no falta en la empresa ese componente, útil y diríase que necesario, del mito que está representado por la lotería, el azar que gobierna y recompensa a los individuos parece estar íntimamente ligado a nuestra percepción de la realidad; los seres humanos para desarrollarse como tales parecen necesitar una realidad externa y superior que les confiera cierto grado de incertidumbre y a la vez de predestinación. 

Lo bueno de la filosofía es que siempre te deja un margen para aplicar sus conceptos a las más variopintas cuestiones; por ejemplo, podemos ver en esta película cómo influyen los conceptos aristotélicos de saber teórico, práctico y técnico en nuestras vidas.

De forma sucinta podemos explicar que en una acción humana se observa una serie de componentes relativos a dicha acción que pueden ser clasificados y enmarcados dentro de los tres tipos de saber que enunció Aristóteles, en primer lugar el saber teórico, que es meramente descriptivo y que está por tanto objetivado desde su posición externa a la acción, ya que no se implica en la realidad ni actuando ni juzgando, sino que simplemente la describe; dicho papel en la película estaría representado por la ciencia médica, sus conocimientos en cuanto a la funcionalidad de los organismos está presente en la película al disponer los médicos de la epistheme relativa a la medicina y que les permite entrar en el campo de la acción mediante el saber técnico, el saber productivo que permite mediante la instrumentalización de los procesos vitales la producción de seres humanos clonados. Este saber técnico está referido a un fin concreto que se consigue bajo los criterios de la eficacia y la eficiencia; dicho saber técnico solo se plantea el conseguir su fin, en el caso del film sería la producción de clones y para ello tan solo se dedica a evaluar y procedimentar el modo más eficaz y eficiente de obtener organismos clonados, sin entrar a juzgar el cómo ni el por qué; el saber técnico está en conexión con la acción que lleva a un fin sin que medie entre ellos un criterio moral que juzgue si dicha acción es buena o mala, que juzgue si el modo en que se consigue el fin que se persigue es bueno o malo, justo o injusto. Precisamente de esto último se encarga el saber práctico, que es aquel que introduce un criterio moral en nuestra acción, es el saber que nos conmina a justificar nuestras acciones, algo de lo que están exentos el saber teórico y el técnico, ya que el teórico solo es descriptivo y no actúa en la realidad y el saber técnico tan solo actúa y su única pretensión es la consecución de un fin de forma efectiva; tan solo el saber práctico se encarga de juzgar si la acción es buena o no y se encarga de justificar el modo en que se actúa. Este saber práctico se observa en su forma negativa en la película, en el hecho de que el Dr. Merrick obvia el código deontológico que le obligaba a no producir seres humanos, sino que tan solo se le permite la clonación de órganos y en ningún caso la producción de seres clonados a los que se le da vida al extraerlos de su bolsa amniótica. Así pues, el Dr. Merrick muestra una mala praxis, el saber práctico, representado por el código deontológico médico en el film, enuncia que no se puede dañar la vida humana; y sin embargo, el Dr. Merrick no duda en matar a un clon inyectándole una dosis de veneno en la yugular e, incluso, ordena enviar a la cámara de gas a otros clones; todo ello porque no percibe a los clones como seres humanos, sino como productos, es decir, que si la definición de ser humano está en manos de los que nos perciben, estos últimos pueden llegar a cosificarnos y dejar de vernos y por ende tratarnos como seres humanos, dictum est.      

Existen paralelismo entre situaciones que se plantean en la ficción de la película y procedimientos científico-técnicos que se están proponiendo ya hoy en la investigación, la experimentación o la práctica clínicas de la medicina y la biotecnología.

En la película, La Isla, podemos observar una serie de situaciones que son posibles desde un punto de vista teórico, técnico e incluso práctico y que se dan hoy en la práctica médica; por ejemplo, el patrocinador, Tom Lincoln, presenta en su estructura genética “defectos” o mejor dicho, fallos de programación, tales como la posibilidad de presentar fallos hepáticos y el ya presente fallo en su agudeza visual; pues bien, hoy día es posible pronosticar mediante un test genético la posibilidad de desarrollar futuros cánceres y otras enfermedades como malformaciones congénitas e, incluso, dichas enfermedades pueden ser corregidas mediante la manipulación genética, al menos en su vertiente de selección positiva embrionaria, es decir, que se promueve la vida de un embrión que no presente fallos de programación genética, algo que ya está realizándose y que en el film podemos asimilar con el clon, Six Echo Lincoln, que no presenta en su programación genética fallos hepáticos o fallos en su agudeza visual. Otro ejemplo está en la posibilidad de clonar individuos, hasta ahora se han clonado animales de especies como ovejas, ratones, toros… pero de momento no se han clonado personas, o no nos hemos enterado, pero es algo que teórica y técnicamente es posible hacer. Algo parecido sucede con las cubetas de crecimiento embrionario, en Japón se está estudiando la posibilidad de inventar una cubeta que permitiría el desarrollo completo de un embrión hasta su completa formación fetal y que permitiría el nacimiento de seres humanos fuera del útero materno, algo que se observa en la película en la “granja de clones” donde los embriones se desarrollan en una bolsa amniótica hasta desarrollar un estadio corporal semejante a su patrocinador.
La película muestra otras situaciones posibles por el desarrollo de la ciencia y la tecnología desde el análisis instantáneo de nuestro estado físico por medio de un análisis de orina, algo que se refleja en la película y que permite un control dietético para prevenir el posible desarrollo de enfermedades asociadas al exceso de sodio, como la hipertensión, hasta la posibilidad de implantar un embrión en el útero de una mujer externa a la pareja procreadora, lo que hoy se conoce como “vientre de alquiler”. El film muestra el nacimiento de un hijo de una pareja que espera, paciente y ajena a los acontecimientos que se desarrollan tras la puerta del quirófano, que una enfermera les traiga a su hijo; algo que ya ocurre, lo que la teoría expone y la tecnología permite realizar es en la práctica consentido y regulado en algunos países de nuestro entorno, por ejemplo en EE.UU., sin embargo, en nuestro país se decidió regular en un sentido práctico distinto tal, que configura a la persona en la que se desarrolla el feto como única poseedora de los derechos y deberes maternos, es decir, que la mujer que produce al niño en su vientre es la madre objetiva del mismo, sin importar que la carga genética del niño sea de otras personas, personalmente, esto último me parece lo más acertado; pues podría generalizarse que por motivos de salud o peor aún estéticos, las parejas que desearán tener un hijo, pero no quisieran afrontar el riesgo que para la salud y para la estética corporal ello comporta, se dedicaran a alquilar vientres de mujeres que si afrontarían el riesgo, motivadas en el más de los casos por problemas económicos, es decir, que las mujeres ricas alquilarían los vientres de las mujeres pobres para evitarse problemas de salud y estética.
Teniendo en cuenta lo que afirma en “¿Hacia una eugenesia liberal?”, se podría ver de algún modo en la película la pertinencia de la distinción entre «lo crecido» y «lo hecho» que Habermas propone, tomándola de Hannah Arendt; así como lo que aporta dicha distinción a la clarificación de los principios de la bioética aplicados a la biotecnología.
Habermas nos advierte que la deriva tecnológica y liberal pueden, llegado el caso en que las visiones apocalípticas de un futuro biotecnológico que permita la selección, manipulación, “mejora” e implantación  de embriones con una carga genética modificada por la instrumentalización del proceso vital de estos, se hiciera una realidad fáctica; pueden llegar a romper el lazo que une a una generación con la siguiente y los embriones modificados podrían manifestar problemas identitarios respecto a su adscripción a la especie humana, ya que podrían no verse representados ni concernidos a su cuerpo, que ya no sería una realidad crecida, en el sentido de que autónomamente se desarrolla en un destino por naturaleza, sino que sería una realidad hecha definida de antemano por unos progenitores que decidirían el destino del hijo, no procreado, sino producido bajo las premisas que sus progenitores caprichosamente decidiesen.
Según Habermas expone, los seres humanos contamos en nuestro haber con un destino por la naturaleza y un destino por lo social, es decir, que venimos al mundo con una carga genética determinada por la libre conjunción de los genes maternos y paternos que nos dotan de ciertas características físicas y, según los últimos avances, psíquicas; sin embargos, ambos destinos sucumben ante la capacidad del individuo a desarrollarse por sí mismo, es decir, a generar su propia biografía a partir de los elementos con los que cuenta por el mero hecho de haber venido al mundo. Pero si legalmente se permitiera y generalizase el diagnóstico de preimplantación y se diera el caso en que los padres pudieran modificar el genoma de sus hijos, no por una cuestión terapéutica que el sujeto podría pedir en el futuro y a la cual habría accedido de haber podido; por ejemplo, es obvio que un feto no puede pedir tener dos ojos en la cara en lugar de en la nuca, por lo que es obvio que se podría mejorar su genoma para que no viniera al mundo con los ojos en la nuca; sin embargo, al parecer de Habermas, no se debería permitir que se modificase el genoma de un hijo para que este desarrollase determinado talento artístico o deportivo, porque en tal caso se le estaría determinando para un fin concreto; por ejemplo, modificar el genoma de un hijo para que desarrolle una musculatura que le permita ser un nadador excelente, coartaría las posibilidades de desarrollarse en otro sentido, es decir, el hijo estaría determinado, hecho para un fin y no sabemos para qué fin no sería un medio, ya que su genoma ha sido modificado para un fin específico. La distinción radical entre lo crecido y lo hecho está en que el primero dota al individuo de unas posibilidades abiertas y es libre para iniciar algo nuevo en el mundo, es libre para generar su propia biografía; caso muy contrario de lo hecho, que coarta las posibilidades y genera un individuo que no viene a iniciar algo nuevo, sino más bien a renovar lo existente, a reiterarlo.
En la película, resulta interesante ver cómo se traslada esta dicotomía entre renovar, que es reiterar, e innovar, que es introducir una novedad; vemos cómo el nombre del barco del patrocinador se llama “Renovatio” y nos traslada la idea de que la pretensión de Tom es mantenerse en el mundo, razón por la que patrocina a Six Echo Lincoln. El clon venido al mundo como producto hecho para la renovación de su patrocinador carece de la libertad de lo crecido, carece de la capacidad que todo humano representa como inicio de algo nuevo. La imagen que representa este inicio de algo nuevo, de algo que ha crecido y desarrolla su propia biografía está muy bien lograda por parte del director, Michael Bay, que rueda unas escenas en las que aparecen niños, primero en la salida al mundo por parte de los clones que muestran su asombro y alegría ante una pareja de niños y más tarde en una escena con carritos de helados, donde Sarah Jordan regala a un grupo de niños unos helados, es ahí donde se refleja la realidad de lo crecido y la oportunidad que representan para el mundo como un inicio de algo nuevo. Pero tal vez el momento que representa en toda su crudeza, en el film, la diferencia entre lo crecido y lo hecho, sea el momento en que McCord recibe en su casa a los clones Six Echo Lincoln y Sarah Jordan y les explica que ellos no son como él, ellos son clones, él es humano, ellos son algo hecho, él es algo crecido… todo ello se manifiesta en que los clones no tienen biografía, sus recuerdos han sido implantados en su cerebro, en cambio McCord tiene sus propios recuerdos, sus propias vivencias, su propia biografía.
La distinción entre lo crecido y lo hecho aporta a la bioética una diferenciación entre lo que se desarrolla autónomamente, es decir, de forma natural; y lo que es desarrollado por otros, es decir, de forma artificial. Esta distinción es pertinente para no enmascarar lo hecho para darlo como crecido.
Teniendo en cuenta lo planteado por Habermas en el citado texto como clarificación de los principios de la bioética, podríamos plantearnos: ¿qué problemas éticos plantean las investigaciones con células troncales o células madre embrionarias?
En el apartado anterior vimos como la distinción entre lo crecido y lo hecho radicaba en la autonomía y por ende libertad para generar un inicio en el mundo, que posee lo crecido, en oposición a la heteronomía y por ende determinación para generar una simple reiteración en el mundo, que tiene lo hecho, lo crecido se hace su biografía, lo hecho tiene una biografía dictada.
El Informe Belmont, que establece tres principios básicos para proteger a las personas que se ven sometidas a experimentación médica, sugería ya en los setenta que toda vida humana debía:
  • los individuos deben ser tratados como seres autónomos y aquellos individuos cuya autonomía está disminuida deben ser objeto de protección.
  • las personas son tratadas moralmente no sólo respetando sus decisiones y protegiéndolas del daño, sino también haciendo un esfuerzo por asegurar su bienestar.
  • Las personas deben ser tratadas justamente.
Atendiendo a los tres principios expuestos y teniendo en cuenta la visión de Habermas respecto a la distinción entre lo crecido y lo hecho, podemos intuir una serie de graves problemas a los que la ética debe hacer frente a la hora de establecer criterios de experimentación con células madre embrionarias.
Como bien afirma Habermas, la puerta que se abrió con la permisión de generar vida in vitro ha promovido toda una línea de investigación que está desarrollando en la ciudadanía un “acostumbramiento” ante la posibilidad efectiva de instrumentalizar la vida humana, es decir, que la ciudadanía vea como algo normal y bueno que se intervenga en el proceso vital de los organismos humanos. La ciudadanía vive como un adelanto social el que la ciencia investigue con células embrionarias, a pesar de que dicha investigación vulnera al menos los principios de la bioética declarados en el Informe Belmont, ya que la investigación que permite la instrumentalización de células embrionarias humanas atenta contra el derecho de autonomía que le es propio a toda vida humana, al manipular, cambiar o destruir el genoma de un embrión humano estamos manipulando, cambiando o destruyendo su autonomía, su libertad, su inicio y su biografía; atenta además contra el segundo de los principios al no poder el embrión humano decir que es lo que quiere y en todo caso atenta contra su desarrollo vital y por ende contra su bienestar; atenta además contra el principio de justicia que debe regir el trato al embrión humano… Todos estos atentados contra la vida humana del embrión son posibles porque la vida prepersonal no está contemplada legalmente como la vida personal; sin embargo, éticamente sí que cabe la protección del embrión como vida humana prepersonal fundándose dicha protección en que el embrión humano es algo crecido, autónomo en el desarrollo de su proceso vital, con capacidad para generar un inicio con su natalidad y llegar a hacer su biografía.
Este acostumbramiento del que nos habla Habermas puede derivar en una ruptura de la identidad del ser humano como especie, si nos acostumbramos a manipular el genoma humano para que este cambio fomente la aparición de talentos artísticos, científicos, deportivos… podemos llegar a generar en las mentes de los hijos producidos, que no ya engendrados, una sensación de angustia al verse desprovistos de su destino natural; pues les negamos por mor del capricho su innata capacidad biográfica. Pero el auténtico problema ético que plantea la deriva biotecnológica y el acostumbrarnos a manipular e instrumentalizar la vida humana es que, como se plantea en la película, La Isla, se pueda llegar a producir humanos, que no serían un fin en sí mismos, sino tan solo un medio. El acostumbramiento a instrumentalizar la vida humana puede derivar en una cosificación de esta y en su caso llegar a declarar como no humanos a estos seres producidos en el laboratorio, fundamentándose dicha declaración en que no son humanos porque no son autónomos, no tienen libertad, no representan un inicio y no tienen capacidad para generar su propia biografía.
Este peligro se observa claramente en el uso del diagnóstico de preimplantación que esconde tras su lenguaje científico una verdad incómoda. La selección a la carta del embrión humano que ha de ser implantado en el útero materno, implica, cuando menos, la elección del genoma por parte de los científicos, restando así la posibilidad de una biografía propia al ser producido, hecho, fabricado y no crecido, restándole por tanto su autonomía, su destino por naturaleza; pero además obviamos que dicha selección implica el desecho de otros embriones, de otras posibilidades, de otras biografías.
Este enmascaramiento de la realidad, la destrucción de vida humana en la investigación con células madre, queda oculta tras la asepsia de un lenguaje científico que oculta la realidad a la ciudadanía; pero me pregunto hasta qué punto estamos siendo engañados, quizás la ciudadanía no quiere saber lo que ocurre y se contenta con ser un patrocinador, con obtener de la ciencia un bien que necesita o desea; tal como se muestra en el film, la gente que visita la empresa del Dr. Merrick ve unas instalaciones impolutas, un personal aseado… pero no ven como los médicos matan a un clon que acaba de dar a luz al hijo de su patrocinadora ni ven como el clon de una estrella de fútbol al que van a sustraer un órgano vital sale corriendo del quirófano y tampoco ven cómo este es capturado y arrastrado al quirófano como si de un animal se tratase. Probablemente, la actitud de la ciudadanía ante los avances de la biotecnología está representada en el film en la persona de Tom Lincoln, que descubre a su clon y llama indignado a la empresa preguntando por qué su clon está en su casa, no le importa nada si es un clon o un ser humano, simplemente es un medio para obtener un fin muy concreto, renovarse.

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