El gran error que ha cometido la filosofía desde sus inicios en Grecia ha sido la ontologización de las palabras, dar entidad a estas. Durante siglos nuestro pensamiento se vio moldeado por el lenguaje platónico que generaba una estructura lingüística que identificaba una palabra con una cosa que además era participación de la cosa en sí, es decir, la palabra “tiza” nombra a un objeto, tiza, y esta tiza recibía el nombre “tiza” porque su forma participaba de la idea de tiza, configurándose así un pensamiento representacionalista en el que se consideraba que existía una idea, o imagen o representación o figura, previa a la palabra y a la cosa.
Wittgestein rompe con esta estructura representacionalista, con el triángulo significante-significado-referente, al demostrar en su libro Investigaciones Filosóficas la inexistencia del referente, derribando así, desde los cimientos platónicos que lo sustentaban, en falso, el edificio ideológico de una filosofía del lenguaje esencialista.
Para llevar a cabo esta tarea, Wittgestein propone una teoría del significado basado en el uso de las palabras, es decir, puesto que no existe referente, resulta inexacto generar definiciones denotativas, o incluso ostensivas, de las cosas nombradas, ya que dichas definiciones presentan a las cosas fuera del mundo, aisladas cual mónadas, y pretenden significar universales, unas figuras implantadas en la mente de los hablantes; así pues, sin referentes, el significado de las palabras está en el uso que hacemos de ellas en este mundo. Por esta razón entiende que el lenguaje se constituye de dos elementos: juegos del lenguaje y reglas del lenguaje. Los juegos del lenguaje son, en resumidas cuentas, situaciones conversacionales, todas ellas son distintas, pues se dan en un espacio-tiempo-acción-personajes irrepetibles; por su parte, las reglas del lenguaje, que en ningún caso son normativas o preceptivas sino que surgen en el contexto del juego, dirigen o conducen el juego del lenguaje para llevarlo a buen fin, que no es otro que conseguir que los participantes del juego lingüístico logren entenderse entre sí.
Llegados a este punto, hora es de desmontar la creencia de que existe un significado basado en la figuración, en este caso concreto, la creencia de que existe una figura de la palabra “color”. Seguiremos los pasos de Wittgestein, generaremos un juego lingüístico a partir del cual llegaremos a la conclusión, indefectible, de que no existe figura que represente a “color”, y por extensión, no hay figura que represente a ningún término.
En una fría mañana de invierno, en la destartalada aula de un colegio, un profesor de arte le pide a dos de sus alumnos que pinten un rectángulo de color gris. Pasados unos minutos, los alumnos le presentan sus trabajos:
Alumno 1: Aquí tiene el rectángulo gris que pidió.
Alumno 2: Aquí tiene el mío.
El profesor observa atentamente sus trabajos y les suspende, debido a que él quería que le pintasen un rectángulo gris, mostrándoles la pintura que debían haber hecho.
Este sencillo juego del lenguaje demuestra claramente que no existe una figura que represente al color gris y por añadidura una figura que represente al rectángulo; pues una figura debe ser la figura de lo que representa y nada más que aquello que representa, y sin embargo, los participantes del juego pintaron distintos tonos de gris y distintos tamaños de rectángulo, lo que indica la inexistencia de figuración del color gris, del rectángulo, y por extensión de la figuración; puesto que de haber existido la figuración, en buena lógica, todos habrían pintado tres figuras idénticas a la figura que debían representar, las pinturas habrían de haber representado tres rectángulos idénticos en forma, tamaño y color; sin embargo, no es este el caso, pues, las tres pinturas fueron distintas entre sí.
Sin embargo, todos ellos pintaron un rectángulo gris, diferentes, sí, pero rectángulos grises eran los tres; ¿cómo sabían, si no hay referente, que color debían escoger para realizar la tarea? La respuesta está en el proceso de adquisición del lenguaje, obviamente, los juegos del lenguaje donde alumnos y profesor aprendieron cómo se usan los términos gris y rectángulo, fueron distintos, provenían de situaciones conversacionales distintos; pero compartían una forma de vida común, un lenguaje común, por esta razón eligieron diferentes tonalidades de gris, porque si bien no existe el gris que representa a todos los grises, en el mundo hay un muestrario de grises que se asocian a la palabra gris, por lo que todos ellos saben que cuando se les pide que pinten algo de color gris, no tendrán problema en escoger el color gris, el problema está en que el tono de gris puede ser diferente; ahí entran en el juego del lenguaje sus reglas, todos los partícipes del juego conocen el uso de la palabra gris, dentro del juego, la conversación que mantuvo el profesor con sus alumnos, debió concluir con un acuerdo, se debió dar más vida al juego iniciado y convenir qué tono de gris, qué tamaño debía ser usado para la correcta realización del ejercicio. Puesto que separar pensamiento de palabra lleva a creer que todos comparten una idea previa de lo que es “gris” y de lo que es “rectángulo”; se debió aclarar qué tipo de gris y qué tamaño debía tener el rectángulo antes de iniciar su pintado.
Separar pensamiento y palabra lleva a la confusión, creer que existe algo previo a la palabra, es decir, que las palabras son etiquetas con las que designamos a ideas aprioris, o referentes, conlleva caer en el error de la figuración. Para Wittgestein, pensamiento y palabra son lo mismo, no hay figuración, porque si profundizamos en el juego del lenguaje que se ha propuesto, tendríamos que preguntarnos: ¿qué figura representa al “color”? La figura de la palabra “color” debería representar al conjunto de todos los colores existentes, pero, ¿qué color tiene la figura de “color” que representa el conjunto de los colores? La respuesta es que no hay una figura que universal y apriorísticamente represente el color de “color”.
Quod erat demonstrandum, la figuración no existe.
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