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martes, 30 de agosto de 2011

TOMÁS MORO, ERASMO DE ROTERDAM Y YO

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen! Más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino y sea arrojado al mar, que escandalizar a uno de estos pequeños. Cuidaos de vosotros mismos. Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y si peca contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo: "Me arrepiento", le perdonarás. Dijeron los apóstoles al Señor: Auméntanos la fe. El Señor dijo: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: "Arráncate y plántate en el mar", y os habría obedecido.
Lucas 17, 1-6.
La lectura y reflexión sobre los evangelios ha dado para cuestionar la física y la metafísica, si hombres como Tomás Moro o Erasmo de Roterdam pasaron buena parte de su vida leyéndolos y meditando sobre ellos, no creo que esté demás, que yo haga mi reflexión particular al respecto.
Este pasaje me parece especialmente significativo, el tema del pecado y del perdón del mismo resulta pregnante desde el instante en que comprobamos lo difícil que es perdonar, del latín per y donare, conceder el perdón a una persona sin exigirle nada a cambio es, a ojos vista, un acto que honra a quien lo da, siempre que este dar esté fundamentado, es decir, que el perdón esté justificado. En el caso que se expone en los versículos se nos indica que se ha de perdonar en base al arrepentimiento; pero, ¿hasta qué grado, siete veces siete? ¿Cuándo podemos empezar a exigir responsabilidad por los actos (pecados) cometidos? ¿Es el perdón ilimitado? ¿Es justo perdonar? 
Perdonar es justo, desde el momento en que estamos convencidos de que la persona, que recibe el perdón, merece ser perdonada; sin embargo, dicho perdón carece de fundamento, pues desconocemos la psique humana y no podemos ni confirmar ni desmentir el arrepentimiento del pecador. El problema, entroncando con la siguiente cuestión atrayente del pasaje, es que se perdona por convicción, por fe. Entonces nuestro perdón carece de fundamento, de justificación; y sin embargo, nos sigue pareciendo loable perdonar, así, sin fundamento ni justificación, tan solo por la convicción de que se debe perdonar. ¿Por qué actuamos por convicción, por qué tenemos fe en alguien?
Necesitamos pensar que la gente cambia, que se siente culpable, que se es bueno en sí... Y sobre todas las cosas, necesitamos sentirnos dioses.

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