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domingo, 23 de enero de 2011

LA OPORTUNIDAD

Aquellas monedas, que parecían gloriosas en sus manos, apenas brillaban en las mías; así que se las devolví. Las sostenía entre sus manos como si fueran un bebé y no podía dejar de mirarlas, alzó la cabeza y sus ojos esbozaban una sonrisa.
_¡Fíjate como brilla la plata! – me dijo, como si yo pudiera distinguir el metal con el que se forjan los sueños- date cuenta de que tienen dos mil años, es como coger un pedazo de tiempo y tenerlo ante ti, solo para ti.
Comenzó a relatarme como habían llegado a sus manos aquellas dos insignificantes piezas de metal, que constituían el mayor de los tesoros para ella. En el laboratorio donde trabaja le encargaron la autopsia de una momia que había muerto hace dos mil años. Con sumo cuidado, y tras previo examen radiológico, le fue quitando el sudario y las prendas que cubrían el cuerpo de la que, ya entonces, sabía que se trataba de una joven adolescente. Capa tras capa fue desvelándola y para su sorpresa, ante sí apareció una joven hermosa y bella, como si el tiempo no hubiese pasado por ella, se mantenía con una piel tersa y suave; estaba como sumida en un plácido sueño. No dando crédito a sus ojos, tuvo el impulso de salir corriendo de la sala para avisar a Juan y a Ramón, que la habían dejado a solas para que hiciera la autopsia, y que estos le explicasen como era posible que aquella chica, fallecida tanto tiempo atrás, pudiera presentar tal estado. Pero su ambición la contuvo, pensó que si se relajaba un instante comprendería que estaba ante su gran oportunidad, toda su vida había transcurrido en una cómoda segunda fila, en el colegio, en la facultad, en el laboratorio… siempre había sido la chica del fondo, la que nunca destaca; y apretando los puños, frenó en seco la necesidad de llamar a otros. Respiró profundo y se serenó. La chica seguía allí tumbada, esperando que iniciara su camino hacia la gloria. Aún no daba pábulo a lo que veía, pero no se amedrantó y trató el asunto como si fuera otro de tantos.
Mujer de quince a veinte años, piel blanca, cabello rubio, ojos azules… posible origen caucásico; comentó al micro como si estuviese frente a un caso típico. A simple vista no se observa herida ni contusión que le pudiese haber causado la muerte, le coge las manos y escruta sus uñas de modo tal, que parece que estas fueran capaces de decirle de qué murió y quién fue su asesino; sin embargo, esta vez no halló nada en ellas. Le abrió los ojos, lo normal en un caso como el suyo es que esto fuese irrelevante, pero dado el estado en que se encontraba el cadáver; quiso hacerlo por si reflejaban síntomas de asfixia, pero no fue así. Le abrió la boca y está exhalaba aromas a vino, lo que provocó un nuevo intento de fuga en ella que solo logró contener el tropiezo con una silla. El dolor la retuvo allí el tiempo suficiente como para seguir con la autopsia. Sus manos se posaron en el dócil mentón de la joven y con precisión sus dedos abrieron su boca y exploraron la cavidad hasta hallar unas monedas que se encontraban bajo la lengua de la chica. Eran de plata, de pequeño diámetro y tenían en una de sus caras un pavo real y en la otra había una inscripción en espiral, que se leía de dentro hacia fuera y en sentido contrario a las agujas del reloj: "mea per saecula saeculorum". En ese instante, la joven adquirió el aspecto que debería haber tenido y se mostraba ante ella como un cadáver momificado; por la puerta aparecieron Juan y Ramón; y sin saber bien cómo, las monedas se deslizaron por su bolsillo y ahora las tiene aquí frente a mí.

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